Una vez, cuando tenía cinco años, estaba sentada en el tranco de la puerta de mi casa con un primo mío algo mayor que yo. Cerré los ojos y le pregunté:
—Cuando cierras los ojos, ¿qué ves?
Y él me dijo:
—Nada, está negro o casi negro.
Pasaron unos instantes y como yo continuaba con mi ceguera voluntaria y no parecía que fuese a cambiar de postura, él me preguntó a mí.
—Y tú, ¿qué ves? (más…)