Acabo de leer que el ayuntamiento de Barcelona quiere cobrar por entrar al Parc Güell. Dice que esto ayudará en gran medida al mantenimiento del parque, muy caro porque soporta cuatro millones de visitas al año.
Por supuesto, la idea no es sólo cobrar entrada sino añadir nuevos equipamientos en forma de «quioscos-bar» y tres nuevos edificios: uno de información, otro de servicios técnicos y mantenimiento, y por último un «centro de visitantes» (¿qué cosa es un «centro de visitantes»?).
Bueno, pues el tema es que ante esto siento tristeza y vergüenza a partes iguales, ya no sólo porque quieran cobrar una entrada ―que vendría a ser igual de loco que si quisieran cobrarte por cruzar la Avda. Diagonal― sino por algo mucho más antiguo y mucho más horrible: el estado de agonía al que ha llegado el parque gracias a la política de folleto turístico que se ha venido ejerciendo sobre él desde hace por lo menos 20 años.
He vivido toda mi vida en el Carmel y conozco el parque desde que era una niña. Mi infancia ha recorrido ese parque en invierno y en verano, en bulliciosos días de domingo y en pacíficas tardes entre semana, en vacaciones y en época escolar. He disfrutado de días de sol en sus columpios y me he cobijado de los chaparrones otoñales junto a sus rocas talladas. He jugado al escondite en el patio de las columnas y he inventado historias de miedo cuando la tarde se ponía oscura y la bruma crecía y el viento azotaba las ramas de los árboles. Yo inventaba y los otros niños inventaban. Uno señalaba la «casa abandonada» y juraba que allí habían encontrado hacía mucho tiempo a una mujer muerta a punto de convertirse en esqueleto. Otro lo apoyaba en su teoría y un tercero añadía un nuevo dato espeluznante, hasta que a todos nos agarraba una risilla nerviosa y un escalofrío, pues aunque sabíamos que la historia era inventada, siempre nos quedaba la esperanza que nos regalaba el entorno, cautivadora e inquietante, de que alguno hubiese dicho parte de verdad.
De más está decir que mientras todo esto ocurría, no había un alma paseando que nosotros pudiéramos divisar. En aquellos tiempos la afluencia de gente era escasa y el encontrarnos con un turista significaba una vivencia exótica. El parque era nuestro: de los niños vecinos, cualquier tarde ―hiciera el clima que hiciera―, y de los barceloneses en general, las mañanas soleadas de domingo.
No existe nada en Barcelona, una calle, un monumento, un barrio, que sienta tanto en mi corazón como el espacio que ocupa el Parc Güell. Porque allí adentro, durante mucho tiempo, hubo un mundo para mí: el de los días festivos con mis tíos y primos dando vueltas con las bicicletas alquiladas, y el resto del tiempo con mis amigos de la calle y las meriendas y los patines y las sombras misteriosas y el bosque.
En los últimos años, una de las razones por las que quería dejar de vivir en el barrio era por no tener que pasar más veces por delante del parque al ir o al salir de casa y encontrarme siempre con la misma escena: hordas de imbéciles apresurados cruzando el semáforo desde el parking plagado de autobuses de colores chillones. Creo que la desgracia de nuestro queridísimo parque comenzó con la habilitación de esa zona infame de aparcamiento. Y siguió con la estupidez suprema del «bus turistic» y la «ruta del modernismo» y no sé qué estrategias explotadoras más.
A mí y a los demás ciudadanos que lo poblábamos tranquilamente por aquellos tiernos 70, nos daba igual si el parque era un monumento digno de admiración o no. De hecho, los niños carmelitenses no teníamos mucha idea de quién era Gaudí. Para nosotros el parque era un jardín donde jugar, pasear, leer, correr, pintar, patinar. Y para algunos, además, un sitio donde hallar un rincón real, físico y palpable que alimentaba la imaginación y te trasladaba a lugares y ambientes a los que sólo podías acceder a través de los libros.
No recuerdo exactamente cuál fue el día en que, al visitarlo, me di cuenta de que el parque se había convertido en otra cosa. Fue ya siendo mayor, pero no por ello ese descubrimiento resultó menos desagradable. Y en esa misma línea, cada día era peor que el anterior, hasta que llegó un momento en que el simple hecho de pasar por delante de cualquiera de sus accesos se me hizo insoportable.
En mi infancia el Parc Güell era ―y todavía lo es en mi recuerdo― un lugar de melancolía, de trinos de pájaros, de poetas escondidos, de risas inocentes. Ahora es esto:
Y da igual que cobren una entrada o no, porque ya jamás volverá a ser lo que fue ni volverá a tener sentido pasar allí una tarde. Me alivia tanto la distancia…
En estos casos Barb hay dos opciones:
huir lo más lejos posible, y guardar tu recuerdo feliz intacto;
o conquistar nuevos espacios libres de turistas, que todavía alguno queda. La segunda opción puede ser linda, sobre todo ahora que te mudaste.
Como dice la canción.. uno no debería volver a los lugares que amó….
Siempre son otro lugar.. y nosotros, también somos otros….
Conocí tu parque ya en la época de ahora, la turística. Yo lo disfruté, no tenía pasado con el cual compararlo, porque acá no tenemos nada igual, no digamos a nivel de arquitectura, sino simplemente un espacio así, grande y bonito.
Nunca lo platicamos, pero estando allí, quise ser niño para haberlo visitado y jugar como lo estaban haciendo algunos niños que andaban por ahí. Quise haber estudiado en la escuela que está cerca del parque.
Eso sí, yo llegué como turista, pero no el bus turistic, sino por el metro, me pasé toda la tarde paseando.
Siento que te hayan quitado tu parque y que los niños de ahora tenga que toparse con mareas de turistas que sólo andan poniendo el chequecito en los sitios turísticos que aparecen en el mapa.
Un día de estos nos deberías contar un pedacito de tu parque, contarnos alguna tarde ahí, un poquito más. A mí me gustaría conocer cómo era, cómo lo viviste.
Entiendo tu pena. Eso mismo ocurre con todos los lugares que merecen la pena: se masifican (el camino de Santiago, las islas del sur de Portugal, la arboleda perdida de Alberti, las playas de la zona sur de la bahía de Cádiz, la catedral de Sevilla, la Alhambra, la plaza del acueducto de Segovia…)
Pero lo cierto es que son lugares públicos y nadie merece tener la exclusividad de habitarlos por muy rico que sea ni por haber nacido y jugado allí. Es triste, pero es justo que todos contemplen las maravillas que existen.
Jope, me has hecho avergonzarme de haber llevado al guiri a ver el parque hace dos años… eso si, fuimos en taxi, no en bus turistico… :(
Cuánto tiempo sin leerte, Barb… y ahora mismo, que me he puesto al día con tus textos, no puedo entender por qué. Te he echado mucho de menos, y voy y me doy cuenta ahora, qué boba.
Como se puede creer que se está VIENDO ese parque en medio de esa cantidad de gente?
Yo no vi nada, no lo logré.
Un parque no es un museo! NO se colecciona… y no está hecho para una cantidad indeterminada de gente. Hay otras maneras de hacer dinero. No tengo ningún recuerdo de él, salvo las piedras esas grandotas… no di las gracias porque me llevaran y salí rajando.
Y eso que me gusta Barcelona. Así, de forma indeterminada. Me gustan las ciudades, para más redundancia.
Pero lo mismo me pasó con la isla de Mainau, en el centro del Lago de Constanza este año, lo mejor fue el viaje en Ferri, el resto fue HORROROSO, miles de personas, con calor y cámaras. Y yo que no saco fotos, prácticamente.
Yo descubrí eso si una manera, justo con ese viaje a la isla de Mainau: Ir al inicio de la primavera, cuando se supone que no es “bonito”, cuando hace frío… a lo mejor con el parque resulta también.
Jibarito, una cosa es que sea público y otra no saber hacer uso apropiado. Y como Estado, no saber trasmitir la enseñanza de como se “mira” un parque.
Barb, es así nomás, y no tengo idea para donde se supone que va el turismo en masa. Y eso que a mi la gente en grupo no me molesta, pero esto ya es el novamás. De veras nos interesan a todos las mismas cosas???
Igual creo que es una invitación a seguir viviendo y formándose nuevos recuerdos, cierto, una invitación brutal, pero invitación.
Y una última cosa: Yo pasé mis veranos en la costa central de Chile, en una playa con bosque de pinos y eucalíptus, con un mar frío y verde intenso… donde estaba el único cine a kilómetros, es el cine al que llegaba Neruda… mejor ni te digo, porque con los turistas nacionales, cuando son mal educados, basta.
Prefiero ver menos y mejor, y sobretodo con plena conciencia que molesto, si no me queda otra. Lo digo por Notredame.
No tengo que haber estado en todos lados, además, graciadió me gustan los museos.
(A Barcelona voy en los otoños… pa’ lo de la castaña y quedo feliz… voy a ver a mi gente… hasta en la Barceloneta se bañó Adrián una vez y fué el único… como lo conté ya en un post.)
Lo siento y que tu nuevo hogar te sea asombroso. Compensa… un poco.
Lo siento por el guiri de Ruth pero en principio se ve k sólo cobraran a los guiris…ahora lo k no tengo claro si a los madrileños, pacenses, etc…los nacionalistas los considerarán guiris tb…seguro k lo votaran “en el parlament”…nosotros hemos ido hace poco a que lo viera un buen amigo madrileño…demasiado masificado sí, de pequeña más k el PARC GUELL nuestro sitio de ir de campo era LA COLONIA GUELL en Santa Coloma de Cervelló y se puede visitar y disfrutar sin agobios…Saludets…
Yo recuerdo una maravillosa tarde en el Parc Guell hace poco más de 5 años. No sé si vos la recordás.
Ojalá que sí. Cómo pasó el tiempo. Supongo que también recordás cuando me contaste del lugar en el que patinabas de pequeña y aún estaba la pista ahí, observándonos en silencio.
Hay cosas que perduran materialmente y otras que solo se materializan en nuestro interior. Disfrutá ambas.
Un abrazo grande Barbarita, después de mucho tiempo de no leernos.
Claro que me acuerdo, Torín :)
¿Y quién dice que no nos leemos? Yo te leo cada vez que el google reader me avisa de un nuevo capítulo de tu viaje.
Te mando un beso grande y sonoro.
Qué alegría Barbi! Nunca imaginé que anduvieran leyendo por ahí escondidos! Es muy lindo poder compartirles esta inmensa experiencia.
Y no dejaré de leerte en cuato pueda, aunque por unos meses es turbulento por los viajes contínuos.
Un beso grande a vos y saludos a todos allá!